domingo, 13 de septiembre de 2009

domingo a la mañana, Enrique está cargado

Enrique subió unos cuantos escalones y se encontró a pleno en el parque. Eligió un banco pero fue anticipado por uno de los borrachos, -eran tres, y enojados entre sí-. Buscó entonces un banco más alejado al lado de un hombre con saco azul, pantalón gris y zapatos lustrosos que parecía muy deprimido, la vista perdida tal vez en la chica que practicaba Tai chi chuan sin ser afectada por nada, o en el pasto unos dos metros delante de él; mantenía casi permanentemente una expresión de puchero. Uno de los borrachos arrojó una botella contra un árbol. Enrique y el hombre de saco azul giraron la cabeza como reacción ante el ruido de los vidrios al romperse. La chica del tai chi, de pantalón verde y remera roja, nada. El hombre de saco azul volvió a poner su cara de puchero y mirar hacia adelante. Más lejos hacia la izquierda de Enrique, había otros dos hombres con dos perros grandotes y oscuros, que ataviados con chalecos de marines mantenían un diálogo encendido que interrumpían sólo para regañar a alguno de los mastines. Enrique llevaba en su mano el libro Corre Conejo, y tenía intenciones de leer un rato. El griterío de los borrachos lo distraía un poco, y prefirió concentrarse en la paz que le parecía que transmitían los precisos movimientos de la chica del Tai chi. Le pareció que el borracho que se había separado del grupo, también se dejaba invadir por la paz que irradiaban esos movimientos. Fue un lindo momento.
La chica terminó con su práctica, se puso un buzo celeste, y con absoluto desparpajo empezó a hablar con su teléfono portátil mientras se alejaba. Enrique no quiso juzgarla. Pensó más bien que era la única en la plaza que podía abstraerse -aunque fuera mínimamente- de la mierda en la que nadaban todos, incluso él, claro. La depresión del hombre a su lado se le antojó debida a un abandono reciente. Lo confirmó cuando éste se puso de pie y caminó dejando la plaza. La plaza lo deja a él, se dijo. Ya va a cambiar la mano, quiso gritarle, pero en cambio abrió el libro y se puso a leer. Era la parte en que Conejo había devenido jardinero y recorría del brazo de la viuda del señor Smith la plantación de rododendros que había sobrevivido a su marido. La señora Smith le contaba que el rododendro era una planta dulzona y sin inteligencia, y que esto mismo le decía a su esposo para hacerlo enojar.
Súbitamente los borrachos desaparecieron y de a poco la plaza comenzó a verse invadida por jóvenes parejas con perros y/o hijos. Esto parecía que iba a ayudar a la concentración de Enrique en la lectura y así fue hasta que en el mismo momento en que un labrador rubio levantaba la pata hacia el banco que él ocupaba, un pelotazo le dio fuertemente en la espalda. Enrique no supo si fue el padre o el hijo, tampoco escuchó las inmediatas disculpas. Pero se incorporó sin soltar el libro y pateó la pelota con fuerza hacia la calle en dirección opuesta a la que esperaban padre e hijo. Enrique miró al padre sin pestañear por unos instantes. Éste sin abrir la boca tomó de la mano al niño y fue con presteza detrás de la pelota. Un auto frenó bruscamente. Los dos marines interrumpieron su beso; uno le gritó “Mandela” a su perro. A Enrique, le pareció contradictorio que el perro se llamara así, pero sin detenerse demasiado en este pensamiento comenzó a caminar; casi se iba de la plaza, pero no; se sentó en el último banco, bien lejos de todo esto y abrió nuevamente el libro. Leyó una réplica de Conejo a la viuda de Smith: “Tal vez lo que para él sean rododendros para usted sea alfalfa.”
Vio que ahora el padre metía al niño en uno de esos autos que funcionan a pilas. El niño mantenía firme el volante. Otras parejitas habían formado un grupo que observaba con bobas sonrisas como sus perros se relacionaban domésticamente. Enrique estuvo a punto de llorar pero siguió leyendo. Uno de los borrachos le gritó y le hizo señas para que se acercara. Enrique se acercó, le ofrecieron cerveza y aceptó. No te ortivés escuchó que le decía uno, pero no pudo escuchar mucho más.

martes, 1 de septiembre de 2009

cassette

No podíamos con la resaca,
la tarde de verano nos ganaba otra vez
just one bottle of white wine left

Buscamos complicidad
en el salvaje desafío
de pasar más horas sin dormir
Giramos alrededor de la cama
sacaste del bolsillo un TDK
en birome azul decía Prince
Algo en la luz del día que se nos perdía,
algo en el purpúreo desliz musical
en lo fresco y excesivo de la botella…
no sé
no era preciso lo que nos hacía llorar.
un punto de fusión
la alegría en celo
nuestra propia humedad
En esa borrachera había un despertar.