jueves, 18 de abril de 2013

heidi

La belleza vuela desnuda
sus intenciones son claramente suicidas.
Hay algo helvético en su estela
¿Un cencerro, una cuenta bancaria...?
Lo cierto es que se eleva con la sola intención
de caer bruscamente al vacío del anonimato
Hubo artistas que la pintaron con vestido de novia
acaso con la intención de retenerla. (Pero:)

La belleza se eleva pálida y no sabe morir.

martes, 12 de marzo de 2013

los guías



Me despierto junto con los otros ciento cuarenta y nueve. Me vienen a ver todas las noches. Esperan siempre que repitamos lo que ya sabemos hacer.

Esperan que escribamos o que hagamos fuego. Es lo que sabemos.
Ya no queda tanta leña en el bosque. Me gusta esmerarme en conseguir madera.
No es sólo esto.
Tengo bastantes cortes en la piel; heridas en varias partes del cuerpo. Aquí por ejemplo. Es raro pero me gusta tenerlas. ¿Tatuajes naturales?  Adquieren formas de lo más extrañas a veces, y bellas; en cualquier caso impredecibles. No, no es que me las haga a propósito. (No, no es que me las haya hecho hoy) pero sí disfruto todas las partes del proceso: la caminata en el bosque, la selección de la madera, el riesgo, la carga al hombro, los accidentes. Porque claro, son accidentes, (deben ser) y ese es el mayor placer: la experiencia del accidente.
Sí, hay mujeres entre los ciento cuarenta y nueve. Aclaro esto antes de decir que todos aman las heridas propias tanto como yo.
Creo que miento.
Creo que quiero ser el niño que se calma escuchando reggae, “Buffalo soldier” para ser más preciso. Por supuesto que quiero que la canción opere de la misma manera sobre mí: me de sosiego cuando la madera me falte.
Ellos son guías y vienen todas las noches o así me lo parece. Al menos las noches que recuerdo son noches con guías, con la espera de los guías, la espera de que repitamos una vez más lo que sabemos hacer: el fuego o la escritura, no hay misterio aquí…
He visto mujeres desnudas a orillas del lago, (o tan solo con sus pareos) buscando el reflejo de sus heridas. Las he visto también perfectamente ataviadas y con pequeños espejitos a las horas de la siesta, aunque esta imagen no me atrajo tanto como la otra, pero sí hacían lo mismo: buscaban el reflejo de sus heridas y eran orgullosas y coquetas. ¡Qué gran hermandad!
En cuanto a los hombres, qué decir, si son tan diferentes, pero eso sí, jóvenes y libres. Hay uno de ellos que dice que la resaca no depende tanto de la cantidad de alcohol que se ingiera sino de la calidad de la noche, de la compañía.
No se supone que hablemos o que escuchemos, pero yo también me nutro en la dispersión, ¿no?
En fraternidad con el fuego y como opción también -como dije antes- está la escritura. Se espera que escribamos. Lo cierto es que en este campo vienen sobresaliendo las mujeres.
No, no quiero decir que esta sea su tarea y la de los hombres el fuego y sus prolegómenos; simplemente vienen sobresaliendo, repitiendo más a menudo, y es un hecho, un rasgo del momento este.
En cuanto a mí, siento la tosquedad de la lapicera, un vergonzoso contraste genera su entrelazarse en mi mano. Contemplo con suma vergüenza. Y un peso concreto me dobla los hombros y aplasta los párpados, me sume en el recuerdo de ancianos bocinazos y sonidos de teléfono, y por ende me inmoviliza.
Pero los guías vienen y no les importa nada de esto. Ojo, no les temo y puedo decir que son seres encantadores. Nadie les teme, es sólo que… pueden respirar bajo el agua y eso nos hace llorar. (Llora. Pausa.) Perdón, pero imaginatelós saliendo del agua, seres anfibios y encantadores. Algunos llevan gafas de sol y tienen unos penes pequeños y lustrosos, otros, apenas unos montes de Venus bien redondeados y calvos. Son todos calvos, lampiños. Yo los miro y no puedo evitar llorar. (Llora.) Ellos nos sonríen con una sonrisa tan leve… y esperan. Se sientan a esperar.
A veces me atrevo a picar un diente de ajo para ellos. Sé de quien hasta les ha ofrecido alguna aceituna bien sazonada. Y ellos -los guías- con increíble habilidad nos hacen sentir que todas esas cosas aledañas no las hacemos más que para nosotros.
No hay nada que hacerle, ellos se alimentan exclusivamente de nuestras repeticiones del fuego y la escritura. Pronto llega la noche y seguramente verás a alguno asomando del agua. ¡Maravillosos guías!
De los tipos de escritura, de las técnicas del fuego de los ciento cuarenta y nueve nada diré. No esta noche.

martes, 28 de agosto de 2012

lomas de zamora


Niego
la visión del profesional del arquetipo.
Me sigo sometiendo a la pasión
hasta el cielo y el infinito, ito ito
Todo lo demás es vacío
que no llena Villoro, ni el sexo,
ni la canción ni Dios. La nena de veintidós
lleva la falda de luto y las pupilas narcóticas.
Propone una muerte generosa y electro
No la falsa canuta new age.
No la cheta mirada speed.
No la zorrita en concubinato.
Una muerte violenta, conourbanesca.
No se disfraza de nada
Los quiches y las crepes le brotan
como si cagara.
Caga, y soy un niño que juega
en los años de la plastilina
naranja y marrón.

domingo, 15 de julio de 2012

supernatural

Humo, humo, telón, imaginate. Ahora un respiro, y un sonido que aparece en la esquina acá arriba; ahora en la esquina acá abajo. Tan power que te lleva de paseo otra vez como cuando con Gustavo... pero esta vez más baile, más de vejito que las pasó. Tiene la voz congestionada, ronca, escuchá: hecha mierda y sensual. Un sintetizador de los viejos duda o juguetea yendo y viniendo de la afinación. A la vez no entiende mucho; pero no se aflige, al contrario, sonríe, se divierte con la gramática, ¿y entonces? Entonces supernatural. pero con el telón bajo, cosa que no sepas si está ahí o más allá.

martes, 15 de noviembre de 2011

las aguas

Mañana en la playa. Espuma de yodo en la orilla. Kilómetros de arena antes de llegar al mar. Cien metros antes, en la parte todavía seca, un mantel color crema de vainilla, de muy fina fábrica se extiende sobre una mesa larga y angosta. Una guarda celeste finita cerca del borde. Sobre la mesa una fuente con frutas y un vaso con dos rosas. Es lo que pinta Antonio López, un hombre flaco de unos cincuenta años, que está nervioso y trata de calmarse mientras pinta en un canvas montado sobre un caballete de pintor.
El fondo que pinta en la tela difiere notoriamente del fondo real: tiene unos árboles hacia la derecha, unos pastizales en la orilla, unas montañas al fondo, que son el marco de un lago.
Pero aquí donde él pinta, es la playa, y lo que está más allá de la mesa es el mar, oscuro, picado, con olas que rompen hacia todos lados, no sólo en la más conocida dirección hacia la costa.
Mira el embravecido mar y pinta un quieto lago; mira el mar del sur y pinta un paisaje europeo. Espera ansioso y pinta; mira de reojo, mira hacia atrás, cada tanto. El mantel está sujeto con broches a la mesa donde se apoya la fuente con frutas (ciruelas color piel) y el vasito de agua con dos rosas.
A lo lejos hay un viejo galpón con los techos de chapa derruidos, una puerta de madera entreabierta. Parece ser donde todo ocurrió

Antonio López (pinta y se excusa).- La juzgo una maravilla. Vengan ahora y díganme algo. Claro, con esto les voy a dar tiempo; mírenla, disfrútenla, sí. ¿Qué les parece el vasito de agua? Y las rosas… a ver, dónde encontrarán esta palidez.
Naturaleza muerta con fondo de paisaje de lago.
Todo en el lapso que va desde que ella se alejó satisfecha en la oscuridad mentirosa del amanecer, y yo que iluminado fui y vine a montar la escena...
¿Dónde la han visto? Qué pueden decir. No corre ni una brisa. Los broches no se ven. Parece Suiza, el norte de Italia, ¿el sur de Francia? Cualquier lugar de Europa, da igual. Y yo estoy calmo, muy calmo. Un óleo que se seca con la rapidez del acrílico.
Yo no engaño, yo no digo la verdad. ¿Obra maestra? No, no. No digo tanto, pero quién lo va a notar, quién podrá decir lo que sólo yo sé. Y lo que no sé cómo fue sino sólo su resultado. Lo que se precipitó en mi improbable ausencia. Se los voy a decir, pero van a mirar este cuadro en proceso y ni se lo van a creer.
Cómo puede ser que mire el mar y pinte un lago. Esos árboles no crecen en América, y tienen casi doscientos años. Se nota la edad, no van a notar nada. Yo pinté esto en Europa, hoy. Y la niña fue semi-enterrada dónde.
Acá no se ve nada, pero ahí está. El mar la traería si no fuera un lago. Estos pastizales son testigos. Yo pinto in situ. Así y todo me encerrarán, lo sé. Tengo la coartada por lo que no hice y por lo que sí.
Su blusa transparente como los pétalos de estas rosas. Y el agua fresca y clara. Su olor a fresco algodón y una sangre tan límpida…
Me pregunto por el placer yo también. Para mí esa turgencia era nueva. Ambos embebidos de primeriza emoción.
Su sonoridad nasal. Si habló, juro que no lo recuerdo, aunque en mi cabeza retumbe el nombre Gricel. Sólo sus gestos deseantes. Su silencioso y activo entregarse. Un vaivén sutil entre contracción y dilatación.
Pero ahora, su cuerpo sordo ya atravesado por experiencia más violenta, todo en la misma noche; iniciática y terminal. La noche, que más que ver o escuchar, me permitió oler y tocar.
Ahora no hay más que yo y el paisaje. Aunque en mi paisaje no haya arena.
No busco que nadie me crea. Sólo que miren esta, mi pintura, y como ella, tampoco diré nada. Los sonidos sordos y su sonrisa de púber temeraria, vienen conmigo para siempre. Es alguien más quien se lleva el olor de su miedo y el placer del hachazo. Sin duda alguien más joven que mi piel ajada. Claro que esto es en vano que lo diga. No me queda otra que esconder y pagar. Recordar el contraste de su suavidad contra mis callos. Yo sentí a través de ellos, y confesaré tal vez mi eyaculación precoz, que le arrancó esa sonrisa indulgente y madura; porque seguro también disfrutó de la vergüenza en el rojo de mis mejillas. Eso nos igualó, nos volvió amantes.
No voy a llorar ahora, tampoco en mi encierro si me dan pinceles.
Si prestaran real atención a estas ciruelas, acaso entenderían la alegoría. Igual tampoco están tan logradas, pero me tengo fe de borrar toda cursilería con dedicación, si me dan el tiempo.
La pintaré también junto a su bicicleta celeste; me pintaré a mí junto a la ventana de mi cuarto de hotel, las cortinas flameantes… Retrataré nuestro primer cruce de miradas. Y dejaré que ustedes me digan lo que ven.
Pero cuándo, cuándo van a venir por mí, si ya estoy listo, o casi…
Practico mi calma, ensayo mi inocencia.
Tiemblo.

martes, 7 de junio de 2011

carritos

Carritos colmados de santa ritas y otras plantas explotadas de flores, y colores; se mueven como tortugas en el frío otoñal de la ciudad. Mujeres bolivianas los llevan con una expresión, te diría, desencajada. Como si llevaran otra cosa, y no lo supieran o no lo quisieran ocultar. Desencajando. Mujeres bolivianas desencajadas; es que acaso ese color, esa vitalidad de sus plantas sea falso como este oficio del acarreo que parece haberles sido impuesto con arbitrariedad. Carritos: un falso oasis por las calles, una apócrifa alucinación.
Ellas se secan ahí; tanto esplendor vegetal sólo deja opacidad para sus caras. Pero esas plantas también tienen el color de la inconstancia, de lo poco perdurable; están destinadas a la estafa, a la muerte súbita en el jardín del ingenuo comprador.
El colorido no obstante es fuerte y mi mirada se detiene en un carro particular donde descubro a un niño de menos de tres años que duerme entre las plantas. Le da el sol en el cuerpo -quiero ser el niño-, sombra en la cara. Su madre se apresura a aclararme que está muy bien abrigado, como si ya hubiera sido juzgada por fertilizarlo de más. El colorido del gorrito de lana en perfecta mimesis con las flores. No puedo sino sonreír. Ella no lo hará jamás; ella lleva otras cosas en ese carro: Un reflejo potenciado de su mundo alrededor. Una búsqueda en el color similar a la del artista Marcos López. Entonces, ese niño, que indudablemente tiene bastante nitrofosca metida adentro. Y este oficio de comercializar la propia producción del vivero que parece tan arbitrario, tan ajeno al imaginario que el citadino tiene sobre el campesino boliviano, pero que seguramente fue necesidad de algún pionero inmigrante y marcó el destino de todo su linaje. Y esta perfecta composición de la escena con el niño durmiendo entre las plantas, junto a su madre seria, seca, cargando el reflejo de lo que la rodea, devolviéndole al mundo una planta de apariencia perfecta y casi de plástico, pronta a morir en los días siguientes a su venta, ya fuera del carro, en cualquier maceta, en cualquier balcón.

miércoles, 9 de marzo de 2011

algunas preguntas que surgieron a partir del aggiornamiento de susanita durante los carnavales del año 11

Susanita impostada pregunta: “¿querés escuchar Caetano?” (she don’t like Caetano)
Aquí algo se aclara; hay una reinauguración, otra intermitencia, una nueva/vieja toma de decisión, una política a seguir. Claro, ya lo ha hecho varias veces, pero ahora, esta nueva insistencia cobra el cariz de un último manotazo después de otro último manotazo.
Hay un empalagamiento de mentira flotando en el aire. Caetano podría ser perfecto para ilustrar -en un futuro- el momento; pero en el presente, en el acontecer sólo aporta redundancia, más sacarosa a la cosa, azúcar de la recontra-refinada.
¿Entonces qué hay detrás de esta pura, absurda complacencia: el despunte de un viejo temor?
¿Querrá que se note el gesto de que se banca lo que no quiere? ¿O pretende realmente que no se note su sacrificio de resignar algo más duro, un rock?
Pretende.
¿Para qué?

Pero ojo,
Ella puede satisfacer. Él, no.

¿Aquella concesión la hará creer que ama?
¿Qué significará en su sistema de códigos? (sigo odiando esta palabra)
¿A qué la autorizará?
O simplemente paga culpas, faltas, comportamientos adúlteros…
¿Qué fue a buscar tan lejos, tan bonita?
Acaso al rubio de Baywatch con los shores rojos y el flotadorcito inefable.
Un sueño recurrente.
Lo cierto es que ya ni ella cree en esta escenografía playera. Ya no se ve como escenógrafa.
Piensa que ahora quiere ser cocinera aunque hagan siglos que no elabora un plato. Pero no, no, no, se da cuenta: la cocina es más de lo mismo, es como seguir en el transitadísimo camino de la complacencia
Mejor: Protocolo y Ceremonial; algo para ella.
Gallery nights es lo suyo.

“¡Qué martirio!”, se queja Susanita impostada y poseída por demonios desde quién sabe cuánto ha. Porque no parecen ser sólo dos, los polos en disputa.
Provisoriamente la salva una campana/timbre: Trrr Trrr, y otra vez trrr trr Trrrrrrrrr. Se ilumina: decide trasladar su combate interno al afuera. Invertir la carga.
Tira una bomba a destiempo en una plaza, se salpica de esquirlas. Todo le sale mal.

Por suerte ya termina el carnaval. En los estertores del corso, Susanita impostada y malherida retirará de su rostro la careta, y de golpe todo –te lo aseguro- todo se volverá más fácil.