martes, 12 de marzo de 2013

los guías



Me despierto junto con los otros ciento cuarenta y nueve. Me vienen a ver todas las noches. Esperan siempre que repitamos lo que ya sabemos hacer.

Esperan que escribamos o que hagamos fuego. Es lo que sabemos.
Ya no queda tanta leña en el bosque. Me gusta esmerarme en conseguir madera.
No es sólo esto.
Tengo bastantes cortes en la piel; heridas en varias partes del cuerpo. Aquí por ejemplo. Es raro pero me gusta tenerlas. ¿Tatuajes naturales?  Adquieren formas de lo más extrañas a veces, y bellas; en cualquier caso impredecibles. No, no es que me las haga a propósito. (No, no es que me las haya hecho hoy) pero sí disfruto todas las partes del proceso: la caminata en el bosque, la selección de la madera, el riesgo, la carga al hombro, los accidentes. Porque claro, son accidentes, (deben ser) y ese es el mayor placer: la experiencia del accidente.
Sí, hay mujeres entre los ciento cuarenta y nueve. Aclaro esto antes de decir que todos aman las heridas propias tanto como yo.
Creo que miento.
Creo que quiero ser el niño que se calma escuchando reggae, “Buffalo soldier” para ser más preciso. Por supuesto que quiero que la canción opere de la misma manera sobre mí: me de sosiego cuando la madera me falte.
Ellos son guías y vienen todas las noches o así me lo parece. Al menos las noches que recuerdo son noches con guías, con la espera de los guías, la espera de que repitamos una vez más lo que sabemos hacer: el fuego o la escritura, no hay misterio aquí…
He visto mujeres desnudas a orillas del lago, (o tan solo con sus pareos) buscando el reflejo de sus heridas. Las he visto también perfectamente ataviadas y con pequeños espejitos a las horas de la siesta, aunque esta imagen no me atrajo tanto como la otra, pero sí hacían lo mismo: buscaban el reflejo de sus heridas y eran orgullosas y coquetas. ¡Qué gran hermandad!
En cuanto a los hombres, qué decir, si son tan diferentes, pero eso sí, jóvenes y libres. Hay uno de ellos que dice que la resaca no depende tanto de la cantidad de alcohol que se ingiera sino de la calidad de la noche, de la compañía.
No se supone que hablemos o que escuchemos, pero yo también me nutro en la dispersión, ¿no?
En fraternidad con el fuego y como opción también -como dije antes- está la escritura. Se espera que escribamos. Lo cierto es que en este campo vienen sobresaliendo las mujeres.
No, no quiero decir que esta sea su tarea y la de los hombres el fuego y sus prolegómenos; simplemente vienen sobresaliendo, repitiendo más a menudo, y es un hecho, un rasgo del momento este.
En cuanto a mí, siento la tosquedad de la lapicera, un vergonzoso contraste genera su entrelazarse en mi mano. Contemplo con suma vergüenza. Y un peso concreto me dobla los hombros y aplasta los párpados, me sume en el recuerdo de ancianos bocinazos y sonidos de teléfono, y por ende me inmoviliza.
Pero los guías vienen y no les importa nada de esto. Ojo, no les temo y puedo decir que son seres encantadores. Nadie les teme, es sólo que… pueden respirar bajo el agua y eso nos hace llorar. (Llora. Pausa.) Perdón, pero imaginatelós saliendo del agua, seres anfibios y encantadores. Algunos llevan gafas de sol y tienen unos penes pequeños y lustrosos, otros, apenas unos montes de Venus bien redondeados y calvos. Son todos calvos, lampiños. Yo los miro y no puedo evitar llorar. (Llora.) Ellos nos sonríen con una sonrisa tan leve… y esperan. Se sientan a esperar.
A veces me atrevo a picar un diente de ajo para ellos. Sé de quien hasta les ha ofrecido alguna aceituna bien sazonada. Y ellos -los guías- con increíble habilidad nos hacen sentir que todas esas cosas aledañas no las hacemos más que para nosotros.
No hay nada que hacerle, ellos se alimentan exclusivamente de nuestras repeticiones del fuego y la escritura. Pronto llega la noche y seguramente verás a alguno asomando del agua. ¡Maravillosos guías!
De los tipos de escritura, de las técnicas del fuego de los ciento cuarenta y nueve nada diré. No esta noche.