sábado, 21 de junio de 2008

Los mellizos

Todo había empezado tan bien y mi danza iba cada vez más suelta...
Había entrado igual que todos, por un pasillo muy largo, muy oscuro y muy angosto. Al final, un patio envolvía la casa. Al fondo, el pasto muy crecido, colchones de flores, la luna llena; pero sobre todo la desprolijidad del pasto era lo que daba a la fiesta su personalidad. El dj ponía temas de Bowie cada tanto y las chicas sonreían; algunas, entre carcajadas y grititos se animaban a más. Sí, como digo, todo estaba bien. Todo estuvo bien en realidad. Lo que sigue es sólo un detalle:
En la cocina suceden las cosas más raras y está siempre la chica más linda. No digo más linda y más flaquita porque sí, sino porque cuando hablábamos mi mirada se perdía en detalles de su cuello , de su nuca. Ella estaba con ellos, pero entre ellos estaba él, que era casi igual a ella: lindo y flaquito. Se me vino a la mente la novela Los Hechizados de Gombrowicz y en el cuello de ella vi una cancha de tenis donde ubiqué a los dos con raquetas y de blanco.
Él se me hacía el cancherito y me promocionaba su obra. ¿Me viste cara de burgués?, pensé decirle, pero no le dije; cómo iba a salir con semejante vulgaridad cuando él sólo estaba siendo 15 ó 20 años más joven que yo. Me los imaginé mellizos incestuosos; ellos me dijeron que eran algo así. Me imaginé sus nombres pero no se los pregunté para no arruinar las consonantes que me daban vueltas. Igual, más adelante en la fiesta vi que el incesto ya había pasado para ellos: él iba dando saltitos por los cuartos detrás de una chica siberiana de anchas espaldas que le sacaba una cabeza; tenía gesto de cachorrito en busca de una teta. Pero eso fue más adelante en la fiesta; en ese momento él quiso que ella lo abrazara y yo me fui de la cocina a continuar mi danza. Ella no. Después tuve una secuencia con una chica que decía diseñar muñecos futbolísticos, y fui al baño. Cuando salí del baño, los mellizos pasaron de la mano delante de mí, y entraron ellos. Como el vidrio de la puerta era esmerilado, decidí espiar sus sombras. Ninguna de las sombras se movió notoriamente. El tiempo pasó, alguien se impacientó y golpeó la puerta. Ella se asomó, puso una cara y volvió a cerrar. Al rato salieron apuntando a direcciones distintas, aunque él se detuvo de repente; su cuerpo perfectamente inmóvil, sus hombros apenas hacia adelante y a punto de largarse a llorar. Alguien más lo abrazó ahora; creo que era el chico que preparaba los tragos con Ron. El abrazo no se interrumpía y noté potenciado el germen de tristeza que me pareció que tuvo el abrazo anterior (el de la cocina). Me sorprendió tanto desamparo, tanta sensibilidad. Ella no. Ella al rato volvió y se quedó observando el abrazo a cierta distancia. Se tocaba un poco la nariz. El del Ron hizo un ademán para que ella se integrara a un abrazo de tres. Yo me sentí más viejo, pero esa tristeza me pareció tanta que no podía ser. ¿Cómo puede ser tanta tristeza, tanto desamparo?, me pregunté, y empecé a caminar descreído. ¿Qué es lo que aspiran ahora?, se me ocurrió a la vez pensar mientras me alejaba por el oscuro pasillo.

2 comentarios:

furgoner dijo...

las pendejas son una perdición
mellizas ni te cuento

te tocaste a la salida?

porque te perdiste ber, porqué?

furgoner dijo...

no soy resentido
soy celoso