jueves, 12 de agosto de 2010

grises abetos

No puedo salir del bosque de Robert Walser. Hace días que vengo así. Me encontré con su pintor, poniéndole la cara a la lluvia. Lo seguí. Caminaba para cansarse. Extrañamente, no era sensible a nada; no se paraba ante nada. Sólo ante la fatiga. Estaba agobiado por la dulzura del amor. Pasó sin preocupación dos noches de tormenta. Luego le puso la cara al sol. Me acordé de su esfuerzo por pintarlo frío; indolente, tierno, pero frío. Y esto debido a su afán naturalista, puro; sí, eran otras épocas. Bueno, ni tanto. Quién no añora hoy un paisaje de bosque ininterrumpido, una vista sin ciudades. La cuestión es que el pintor necesitó caminar el bosque cual dromómano para su decisión: Dejaría a la condesa, dejaría la villa donde tan bien era acogido. La creación artística había quedado a un lado; él no tenía dudas, había sido desplazada por el amor. Mañana sería la partida. Mañana ha de ser.

No hay comentarios.: