miércoles, 5 de marzo de 2008

"La de Pereda" (obra de teatro)

Tan sólo sombras en la oscuridad del desierto

De Dilettante



"Y esa ley que sólo era la costumbre? "
JUAN L. ORTIZ, El Gualeguay



Personajes:

Don Pereda: Unos sesenta años. Viste de gaucho. Tiene barba, está sucio. No es gaucho pero devino en gaucho por simple dejadez y por adaptarse al medio.

La Virgen: Ojos verdes y caderas anchas. Unos cuarenta y algo. Usa ropas holgadas y se le adivina un sensual sobrepeso. Los cabellos claros y largos los lleva recogidos.

Chico 1: Unos doce años. Muy flaco y dientudo.

Chico 2: Unos doce años. Muy flaco y dientudo.

Don Pereda y la Virgen. En la cocina del rancho.

Oscurece. No hay luz eléctrica. Una lámpara de querosén sobre la mesa a la que está sentado Pereda. Aunque no está bien sentado a la mesa sino que está un poco separado, como si estuviera por sacarse las botas. Parece que entró en el rancho no hace mucho. Este estar un poco separado de la mesa lo deja en posición de observar hacia fuera por la ventana. La virgen anda de pie. Va de la cocina a la mesa con un mate cada tanto para Pereda. En la cocina tiene una hornalla prendida con una gran marmita que destapa cada tanto para ir agregando verduras. Dos conejos pelados apoyados en la mesada. Acá hay otra lámpara a querosén, y esa es toda la luminaria. La luz natural que entra por la ventana va disminuyendo gradualmente. La virgen tiene en la mano una gran cuchara de madera, y cocina a lo largo de la acción.

Virgen.- Don Pereda, ¿usted posa?
Pereda.- No seas atrevida Virgen, no juegues con el dolor.
Virgen.- Habla como un presidente, Pereda; los presidentes posan.
Pereda.- Los presidentes manejan la oratoria. Yo hablo como lo que soy, un letrado.
Virgen.- Sí, pero hay algo raro en su actitud. Y yo se lo noto acá, en la intimidad.
Pereda.- Raro, cómo?
Virgen.- Raro como falso.
Pereda.- Y eso me hace menos hombre; ¿es ahí donde querés llegar?
(Silencio)
Pereda.- ¿Es ahí, eh? No me hace digno de vos.
(Silencio)
Pereda.- Contestá.
Virgen.- Eso es aparte; (más bajo) o por ahí tenga que ver...
Pereda.- Parece que no recordaras del rancho donde te saqué.
Virgen.- ¿Y eso Don Pereda? Me echa en cara ahora. Siempre fue la sinceridad entre nosotros, creo yo. Usted dígame sino. Dureza sí, pero sinceridad y respeto. Pero ahora parece que una pregunta le da en la llaga.
Pereda.- Qué pregunta.
Virgen.- ¿Usted posa, Don Pereda?
Pereda.- Está bien, la acepto. (Respira hondo) Ahí afuera hay gente que se pudre, Virgen. ¿Cómo uno se maneja ante la gangrena? A ver contestame.
Virgen (en voz baja).- Hay que enterrar.
Pereda.- ¡Hablame claro, carajo!
Virgen (más alto).- Que a esa gente hay que enterrarla.
Pereda.- ¿Vivos?
Virgen.- ¿A Usted le parecen vivos?
Pereda.- Y que se entierren o que se los lleve el río.
Virgen.- Si ese río tuviera todavía agua...
(Silencio y breve pausa.)
Virgen.- Pero el asunto son los conejos.
Pereda.- Y claro que son los conejos. Pero a los conejos yo no los controlo; no son obra mía.
Virgen.- Yo no lo acuso. En todo caso yo también hice las salsas; inventé nuevos modos de preparación.
Pereda.- ¿Y entonces?
Virgen.- Y entonces no se persiga.
Pereda.- Yo no me persigo, me persiguen. Qué paradoja, ¿no? Yo buscaba soledad, y acá me tenés con todo ese olor ahí afuera. Y quieren que responda. No poso mierda, o si poso qué otra cosa puedo hacer. (Pausa) Ayudame virgen. Me tenés que ayudar.
Virgen.- Claro que lo ayudo. No se me ponga maricón ahora.
Pereda.- No me pongo maricón. Traeme un poco de queso por favor. Un poco de “camembert”.
Virgen (Chasquea los dientes. Para sí).- Ahí va otra vez, no te digo. Puta, ahí va otra vez con el desvarío.
Pereda (animado).- Vamos con ese queso, vamos. Yo descorcho el vino.
Virgen.- Sí, descorche no más. Pero esto no es Europa; está en la pampa hombre, a ver si se entera.
(Pereda está por descorchar una botella de vino y le cambia la figura al escuchar las últimas palabras de la mujer. La virgen entonces se le acerca dulce y mete la mano entre la maraña del cabello sucio del gaucho.)
Virgen (suave).- Descorche, descorche igual don Pereda. Le juro que si le pudiera sacar la leche a estas conejas le haría su “camembert” y su “reblochon”.
(Pereda apoya su cara contra la panza de la virgen y pasa una mano por entre las piernas de esta para sujetar con fuerza una de sus nalgas.)
Pereda.- Pero Virgen, esos son quesos de vaca, “de vache”. Traiga, traiga el queso nomás.
Virgen.- Ya, ya. A ver, suelte y destape ese vino.
(Pereda destapa el vino y sirve dos vasos. Ella se sienta y bebe con él. Se miran un rato. Pereda se calma.)
Pereda.- Qué pedazo de hembra que sos, Virgen. Sabía cuando te vi que te tenía que sacar de ese pozo.
Virgen.- No me tenía que violar tampoco.
Pereda.- Otra vez con lo mismo Virgen; ni un minuto de paz me das. (Breve pausa.) Cuántas veces, los tiempos cambiaron.
Virgen.- Sí, los tiempos cambiaron.
Pereda.- Ahora lo que decís puede sonar comprensible.
Virgen.- ¡Ja! Comprensible.
Pereda.- Que como estaban dadas las cosas lo más natural fue lo que pasó.
Virgen.- Que me violara.
Pereda.- Violar se violan nenas. Lo nuestro fue, cómo decirte...
Virgen.- No aclare hombre. Yo lo acepté ni bien lo vi. Y no fue el primero que cayó por allá con necesidad. Pensar que ahora ni sobándolo... (pausa)
Pereda.- Pero por qué, por qué tenés que sacar esto ahora. Si justo estoy tratando de ser...
Virgen.- ¿De ser qué Pereda, usted no se da cuenta cómo me trata?
Pereda.- Qué Virgen, qué no te di yo.
Virgen.- Hablo del trato. O no ve que soy una mujer.
Pereda.- Claro que sos una mujer; que ya venía con la cría al pie. Y yo les di techo y forraje todo este tiempo, a todos; o me vas a decir que no los trato como míos a los gurises. Trato, trato. (Breve pausa) ¿Pero, por qué no vienen todavía, che?
Virgen.- Sí, es cierto. Ya es hora, ¿no?
Pereda.- Ya es casi la noche. No los habrán atacado a ellos...
Virgen.- Pero qué habla, si esos chicos se han criado en madrigueras. Si son como los propios conejos.
Pereda.- Bueno, bueno, pero es que esto es una guerra, Virgen, una cacería.
Virgen.- Pero no es a nosotros que nos atacan.
Pereda (reflexivo).- Vos querés decir que los conejos quieren mostrarnos el camino.
Virgen.- No, Don Pereda, yo no quiero decir eso.
Pereda.- Sí, sí, cómo que no. El conejo tal vez se haya vuelto algo humano.
Virgen.- Qué dice.
Pereda.- Digo, por eso de que rechaza al de afuera, no te parece.
Virgen.- Pueden venir pestes, ¿sabe? Acá ya pasó una vuelta.
Pereda.- Vivimos en la peste, o no te avivás, pero ése es otro asunto. Yo estoy tratando de pensar más allá.
Virgen.- El conejo no discrimina, Pereda; ataca al extranjero porque le llamará la atención su vestimenta, pero no se equivoque: ahí afuera no solamente se están pudriendo extranjeros. Y sabe qué creo: que tal vez sea hora de aceptar y empezar a hacer algo con todo esto. ¿No huele?
Pereda.- Pero si todo iba bien. Es verdad, yo en silencio añoré siempre las vacas, pero todo iba bien. Vos decís de aceptar. Yo siempre creo haber aceptado la realidad del conejo, incluso antes de conocerte, Virgen. Y era todo monotonía, es verdad, pero era lo que había: conejo a las brasas, un poco de limón, y así lo aceptábamos tanto yo como los otros. Pero ahora, vaya a saber por qué, los conejos se han puesto bravos.
(La virgen echa un conejo en la olla.)
Virgen.- El porqué tal vez no lo sepamos nunca. Somos demasiado ignorantes.
(Pausa.)
Pereda.- Sacame las botas, Virgen. O preferís que vaya a buscar a los gurises.
Virgen.- Desde cuándo se preocupa tanto por mis hijos.
Pereda (enojado).- Desde que a los conejos se les da por entrarle a los cuellos humanos.
Virgen.- O tiene miedo que se vayan de boca.
Pereda.- Sacame las botas te dije.
(La virgen deja enseguida lo que está haciendo en la cocina y se arrodilla delante de Pereda. Acto seguido y sin mirarlo comienza a tirar de una de sus botas. La bota se desprende; la virgen agarra la otra y empieza a tirar. Pereda la detiene con una caricia en los cabellos; ahora con la misma mano la agarra firme de la nuca y se la trae para sí, hasta que la cara de la virgen choca con la bragueta de Pereda. La virgen no opone resistencia y queda sumisa en esa posición por unos instantes. Pereda se recuesta nuevamente hacia atrás y mira hacia la ventana. La virgen lame la bragueta de Pereda, suelta la bota y lleva las manos hacia la zona genital de Pereda; lo acaricia suavemente un rato largo, luego apoya una mejilla sobre la bragueta del gaucho y queda mirando en dirección a la ventana.)
Pereda.- Escuchá, escuchá ahí afuera.
Virgen.- Sí, sí, cada anochecer es lo mismo.
Pereda.- Es algo dulce, amoroso.
Virgen.- ¡Qué! ¿El picoteo de los caranchos o los gritos?
Pereda (aguza el oído).- Pero, qué es lo que cantan; escuchá. (Muy sorprendido) Cantan. Es hermoso, ¿no te parece?
(Se oyen a lo lejos algunos gritos aislados de desesperación, de dolor.)
Virgen (más sorprendida).- Pero usted está loco, viejo, usted está loco. Son caranchos, Pereda, cuervos que van por lo que dejan los conejos. Y eso les duele, o las infecciones les duelen; se están pudriendo, ¿se da cuenta? Me va a enloquecer a mí. No podemos seguir así. Tiene que salir a hacer algo; o voy a ir yo.
Pereda.- Dejame escuchar por amor de Dios. Después cuando vengan los chicos ya vemos que hacemos.
Virgen.- Pero qué es lo que escucha.
Pereda.- Tuve un sueño antes; una pesadilla, más bien. Soñé con orejas que se derretían y caían desde las ramas de un sauce seco. Y mi caballo iba hacia allá y pisaba sin querer bocas de las que salían gusanos. Pero esto en cambio es tan lindo.
Virgen.- Y qué escucha.
Pereda.- Prestá atención, Virgen; es como una canción de cuna. ¿Sentís?
(Pereda tararea una canción de cuna sobre los gritos. La virgen opta por no involucrarse y se dirige a la cocina donde continúa preparando la comida.)
(Pausa.)
Pereda (volviendo en sí).- Aunque los gurises todavía no vuelven.
Virgen.- No lo escucho.
Pereda.- Que anoche ya no vinieron a dormir.
Virgen.- Deben de andar con las chicas. Ya son adolescentes, no se olvide.
Pereda.- No, si no me olvido, pero las cosas ahí afuera no están para andar jodiendo. Y son apenas púberes.
Virgen.- Mire Don Pereda, no sé por qué piensa que a ellos les va a tocar en algo una responsabilidad que es sólo suya.
Pereda.- ¿Ellos eligieron irse o fuiste vos que los mandó lejos de acá? Porque yo estoy esperando para que me ayuden con las tareas.
Virgen.- Hay tareas y tareas Don Pereda. Los chicos no tienen nada que ver.
Pereda.- Ellos viven en esta casa y en esta casa se me obedece.
Virgen.- Y en este pueblo...
Pereda.- Y en este pueblo ahora todos se la agarran conmigo como si yo fuera el único culpable de lo que pasa.
Virgen.- Usted se hizo dueño del pueblo a fuerza de gañote. Y como dueño querrán que responda.
Pereda.- Te gusta clavarme donde duele, virgen.
Virgen.- Digo lo que es.
Pereda.- Decís lo que ves y ves mal. Yo vine acá a jubilarme, a no hacer nada, pero resulta que la nada que ya hacían todos acá me exasperó. Es así. Lo único que hice fue avivarlos un poco. Hacerlos útiles. Sí, útiles para mí; algo es algo. Si por ellos mismos son incapaces de hacer nada. Y vos debés ver también que eras una puta; sí claro, una puta por necesidad, o por obligación, lo que quieras; pero tu situación cambió a partir de que yo te rescaté. Ahora siquiera nadie te imagina como lo que fuiste; ahora sos mi señora.
Virgen.- Soy señora porque soy suya. De usted: la única ley posible por acá. Hace y deshace a su antojo, pero ahora lo quiero ver. Agitó el avispero y llamó la atención del mundo civilizado. Y le vienen a pedir explicaciones Don Pereda, a que responda según las leyes de ellos, que también son las suyas. Porque si usted se degradó acá, se degradó usted solito, se aprovechó de nuestra ignorancia. Nos supo hacer peores. Y ahora los conejos se rebelaron. La rebelión de los conejos. Y usted que no se quiere hacer cargo. Dice que no tiene la culpa directa, y tal vez tenga razón, pero lo que yo veo es que el pito ya no se le para, que escucha canciones de cuna, que me pide queso, ¡queso! Cuándo mierda hubo queso acá.
Pereda (con autoridad).- No putees, Virgen.
Virgen.- Disculpe don Pereda.
Pereda.- Y mañana vas a salir y le vas a decir a los chicos que vuelvan rapidito.
Virgen.- Se hunde y quiere que nos hundamos todos. No le alcanza mi fidelidad, tiene que joder a mis hijos también.
Pereda.- En las buenas y en las malas virgen. Todos. ¿O hasta anteayer no estábamos todos juntos?
Virgen.- Sabe qué, me queda una pizca de algo que... no Pereda, a los hijos no. A los hijos no se los entrego. Así que piense que quiere hacer porque parece que soy lo único que le queda. Bueno, yo y sus desvaríos.
Pereda.- Cualquiera que te escucha va a pensar que soy un hijo de puta o un lunático pero vos no querés decir eso, ¿no Virgen?
(Silencio.)
Pereda.- Te estoy hablando.
(Silencio.)
Pereda.- ¿Y?
Virgen.- Ya está la comida.
Pereda.- Sí, cambiá de tema.
Virgen.- Sí. Igual quédese tranquilo que no van a hablar con nadie de afuera.
Pereda.- No sé qué podrían decirles, tampoco.
Virgen.- Sí, pero vio como es, ¿no?
Pereda.- Sí, sí, ya vi como es. Pero no sé cuánto veo de mentira de afuera y cuánto veo de traición de adentro.
Virgen.- ¿Traición? Pereda, toda esta fama lo volvió un poco paranoico.
Pereda.- Sí. Dale, dale, comamos.
Virgen.- ¿Usted está queriendo decirme que...?
Pereda.- Bueno, bueno, ya está bien así. (Pausa.) Qué salsa hiciste hoy.
Virgen.- No, hoy guisadita la coneja.
Pereda.- No, pero Virgen, por qué no dejas el guiso para mañana y me das lo que quedó de ese frío en gelatina.
Virgen.- Porque está afuera. ¿Usted va a salir ahora?
Pereda.- No, claro que no voy a salir; si acabo de llegar.
(Pereda se pone de pie; está descalzo. Se acerca hacia donde la virgen cocina y se para detrás de ella. La virgen ladea un poco la cabeza y se deja mordisquear la nuca por el gaucho; luego saca un poco de jugo de la olla con la cuchara de madera y le ofrece al gaucho directamente a la boca. Pereda lame la cuchara con ganas.)
Pereda.- Mmm... el enebro.
Virgen.- Vaya a la mesa que ahí le sirvo.
(Pereda va. Llaman a la puerta dos veces.)
Pereda.- Qué fue eso.
Virgen.- Fue la puerta, alguien golpeó la puerta.
Pereda.- Qué hacés Virgen, qué fue ese ruido.
Virgen.- Uh, ya le digo Pereda, la puerta.
Pereda.- No, pero quién va a ser.
Virgen.- Bueno, ¿no va a contestar?
(Golpean de vuelta. Pereda y la virgen se miran unos instantes. Pereda se decide.)Pereda.- Quién anda ahí.
(Se escuchan unos sonidos chillones.)
Virgen.- Son los chicos. (Se apresura a la puerta.)
(Pereda se vuelve a sentar a su silla. Sonríe confiado. La virgen abre la puerta con mucha rapidez, entran los chicos y la vuelve a cerrar rápido; se filtra un remolino de tierra. Los abraza nerviosamente; ellos se dejan pero no corresponden; sus brazos a los lados. Son muy parecidos entre sí: muy flacos y dientudos; vestidos con ropas muy viejas, rasgadas en algunas partes. Tiritan del frío y emiten sonidos no fuertes pero muy agudos, como espasmódicos y se tocan la nariz y las orejas con sus manos con los dedos pegados.)
Pereda.- Y a éstos qué les pasa.
Virgen.- Tienen frío, ¿no se da cuenta?
(La virgen les frota el lomo a sus chicos, alternadamente; está asustada. Pereda se ríe.)
Virgen (a los chicos).- Qué les pasó a esas ropas. Dónde anduvieron.
Pereda.- Por qué volvieron, me pregunto yo. Al fin y al cabo se ve que me extrañaban.
(Los chicos miran a Pereda y miran en todas direcciones, pero tienen la vista perdida como si no interpretaran o ni siquiera escucharan las palabras de éste.)
Pereda.- Son animalitos de costumbre nomás.
Virgen.- Cállese por favor le pido.
Pereda.- No habrán hablado. (Grita) Eh, a ustedes les digo, no habrán hablado ñatos, ¿no?
(Los chicos igual)
Virgen.- Ya le dije que no, que qué van a decir.
Pereda.- Eso dije yo, que qué van a decir.
Virgen.- Claro, qué van a decir.
(Pausa)
Pereda.- Bueno, por qué no comemos todos en familia la conejita guisada.
Virgen.- Sí, sí, comamos.
(Los chicos se sientan a la mesa. La virgen se dispone a servir los platos.)
Pereda.- Que después hay mucho trabajo que hacer. (Pereda los acaricia y les da palmaditas afectuosas aunque un poco fuertes.)
Virgen.- Bueno, bueno, don Pereda, pero hoy ya es tarde, estamos todos muy cansados, si esperó tanto puede esperar hasta la mañana. (Se sienta. Comen.)
Pereda.- Hoy. Dije. Comemos tranquilos, mmm, esto está muy bueno Virgen. (Breve pausa.) Hoy; hoy se hace, así que chicos coman bien... ¿Dónde estaban ustedes? ¿Adónde los mandaste virgen?
(Silencio.)
Pereda.- Mmm, está riquísimo Virgen.
Virgen (nerviosa).- Gracias, don Pereda.
Pereda.- A ver, ¿un poco de vino, chicos? (Les sirve.)
(Los chicos beben de un sorbo todo el contenido. Pereda vuelve a servir. Son vasitos de vidrio transparente, pequeños.)
Pereda.- ¿Y? Cuenten, cuenten. Cómo anda todo ahí afuera. ¿Les hicieron muchas preguntas? ¿Van a venir para acá? (Breve pausa) Así que andaban con las chicas...
(Los chicos continúan con sus movimientos continuos y nerviosos, y ahora agregan a los chillidos unas risitas que intercalan con gestos de total seriedad.)
Pereda.- Pucha, qué tímidos que son, Virgen. Mierda que influye el hábitat en los caracteres. (Pausa.) Bueno, ya que ustedes no cuentan, les voy a contar yo un sueño que tuve: Resulta que el río tenía agua y yo flotaba sobre un “embalsado” de juncos y tocaba una lira o un arpa, no sé. Era muy lindo el sueño, qué les parece.
(Silencio.)
(Uno de los chicos se levanta y trae de la cocina una caja de fósforos. Enciende varios y los tira al aire; el otro ríe.)
Pereda.- Calmalos virgen, hacé algo.
Virgen.- Le está queriendo decir algo, Don Pereda; si es que es muy inteligente.
Pereda.- Qué mierda, (al chico 1) largá los fósforos o te sacudo.
Virgen.- Algo le está queriendo decir.
Pereda (irónico).- Ah, pero mirá qué piola. Qué piola. No, si no lo puedo creer; estoy conmovido por la inteligencia de este... Vení ñato, largá eso; vení.
(El chico 1 deja los fósforos y va hacia Pereda. Se arrodilla ante él y lo abraza esperando felicitación; Pereda lo abraza y le da unas palmaditas cariñosas.)
Pereda.- Pero mirá que sos vivo vos, eh.
(El chico 1 apoya la cabeza sobre las piernas de Pereda. Chilla de alegría.)
Pereda.- ¿Y el otro? No vas a salir con ninguna locura vos, ¿no?
(El chico 2 chilla)
Pereda.- Vení, vení vos también.
(El chico 2 va rapidísimo a arrodillarse ante Pereda y recibir las palmadas de éste. El chico 1 le da unos empujones para que no le quite su lugar en el regazo de Pereda. El chico 2 contesta con golpes y se arma una pelea entre ambos en el piso. Comienzan a morderse uno al otro. Pereda se divierte. La virgen quiere intervenir.)
Pereda.- Dejalos virgen, están jugando. Estos chicos necesitan juego, diversión. Un poco de alegría y expresividad en sus caras. Si no, qué les queda para más luego.
Virgen.- Pero se están lastimando Pereda. (A los chicos) No se muerdan chicos.
Pereda (poniéndose de pie).- Bueno, bueno ñatos. Ya está. (Los chicos no se separan y Pereda los patea hasta que aflojan.) Quietos, quietos.
(Pereda ahora sirve dos vasitos con vino y se los alcanza a los chicos quienes los beben nuevamente con mucha rapidez. Pausa.)
Pereda.- Parece que ya estamos listos virgen, mantené el fuego acá adentro que salgo con los gurises a cumplir con el deber.
Virgen.- ¿Ya?
Pereda.- Ya.
Virgen.- Terminen de comer.
Pereda.- Ya estamos, ya estamos.
(La virgen duda. Quiere decir algo pero no le sale.)
Pereda.- Tranquila virgen.
Virgen.- Abrigos, abrigos; no pueden salir así.
(La virgen trae unos mantones para los chicos mientras Pereda se calza sus botas nuevamente, poncho y sombrero. Salen los tres hombres.)


· Don Pereda y los chicos. En la oscuridad del desierto.

Pereda montado en su caballo criollo de pelaje zaino. De la montura hacia cada lado, dos largas tiras de cuero crudo, sucio de grasa de cuyas extremidades se agarran los chicos, o mejor dicho, están sujetados por estas sogas a una de sus muñecas y así acompañan a Pereda sin posibilidad de perderse. Van al trote forzado y a los tropezones, arrastrados por el zaino que da la impresión de ser alado en la oscuridad del desierto. El andar es lento pero alerta entre cardos y madrigueras. Sólo el ruido del viento arremolinado se oye y gritos ahogados muy a lo lejos.

Pereda (Con gesto altivo y la vista perdida hacia el horizonte. En voz bien alta).- ¡Eah! Dónde están todos. ¡Eah! Yo ya ni los huelo. ¿Me querían? Acá estoy. Me querían culpable, acá me tienen. Duermen acaso. Cómo pueden dormir. O es que no son tantos para ser masa y así darse valor, gangrenosos del desierto. Me querían sin poses. Acá me ofrezco desnudito a ver quien se me atreve. Y el extranjero que los arengaba, dónde está que tampoco lo veo; se pudren a causa del conejo; eso también desmoraliza, claro. Pero el conejo parece estar conmigo en ésta, y por nada a cambio; o por la verdad, fea y mala como yo. Pero es que lo bello hace rato que no existe. Y nada peor que la simulación de lo bello, nada más degeneradamente falso. Y los conejos salieron de sus madrigueras a hacer justicia por fin. (Se ríe a carcajadas.) Ya no rescatarán nada igual, son pura ira. Ellos mismos han perdido su propia esencia. (Sigue andando sin rumbo. Su risa se transforma en tos. Se agita. Los gritos de dolor se oyen aisladamente y lejos.)
Pereda (Grita).- Pero, dónde están que no los huelo. ¿Es que son sólo sombras? Su amo les habla, su señor: si no pueden conmigo, merecen pagar. Si no tienen la valentía para frenarme, se merecen su propia gangrena. Acá les traigo su porción de culpa; no se engañen: los inocentes no existen.
(Descubre algo a lo lejos.)
Pereda (En voz más baja).- Pero, qué veo, si es el sauce seco de mis sueños. Vamos ñatos, vamos a hacer los sueños realidad. Vamos por el dolor de las orejas.
(Pereda -o su caballo- rebuzna y acelera un poco su trote desparejo pisando bultos semejantes a partes de cuerpos humanos que asoman parcialmente de la tierra gris. Llegan finalmente cerca del sauce seco para detenerse. Los chicos miran unos momentos al árbol y a continuación se echan cada uno a los costados del caballo, sobre la tierra fría, como dos perros cansados. Cierran los ojos para empezar la siesta. Pereda luego de mirar largo rato al sauce seco, saca un machete de uno de los costados del zaino. Con lágrimas que le saltan de los ojos y siempre montado en su caballo encara al sauce y comienza a darle golpes de machete. Los chicos son apenas arrastrados por los movimientos pero continúan en su siesta.)
Pereda.- Venga pesadilla, venga.
(Da golpes de machete a las ramas y llora. De repente algo, un animal muy parecido a un conejo, con gran destreza y velocidad salta en el aire y se prende del cuello de Pereda quien alcanza a darle un machetazo para desprendérselo aunque tarde. Pereda cae agonizante al costado del caballo. Los chicos al oír el ruido, abren los ojos, miran el cuerpo quieto indiferentes, y vuelven a acomodarse acurrucados por el frío de la noche a descansar.)
(Se oye el sonido de un arpa que toca una canción de cuna: la Berceuse Op. 16 de Gabriel Fauré. Es la misma melodía que tarareaba Pereda sobre los gritos.)

Fin

1 comentario:

Anónimo dijo...

te escribo en mayo y quedo en abril